jueves, 4 de julio de 2013

Patadas a una lata de Coca-Cola



¡Qué sano sería si los padres tuviéramos la oportunidad de escuchar las tonterías que hablamos de nuestros hijos!

Este razonamiento nace de una conversación mantenida hace días con la mamá de la compañera de natación de mi hijo. Su niña es taaaaan lista, taaaaan buena, taaaaaan espabilada entre todos los niños de su clase y taaaaaan adelantada… que “hasta nació con dos dientes!!!”.

Si hubiera estado presente mi comadre, le habría dado una explicación médico-científica de taaaaan ‘sobrenatural’ fenómeno. Como estaba yo sola, decidí callarme muy prudentemente y tomar nota mental. Y proponerme un decálogo para la educación de mis hijos.

    No quiero que naden diez largos de la piscina olímpica; quiero que si se caen al agua sepan mantenerse y no se ahoguen.

   No quiero que sean bilingües a los tres años; me gusta su lenguaje de trabalenguas infantiles.

   No quiero que necesiten un cuarto de juegos; quiero que su espacio sea el patio, la calle -y poder darles una voz desde la ventana para que suban a por la merienda-.

   Quiero que aborrezcan las espinacas y los guisantes (aunque me queje después a su pediatra).

   Quiero rodillas desolladas, leotardos con agujeros y manchas de chocolate que no salen.

   Quiero que sean desobedientes, quiero reñirles.

   Quiero castigarles con ‘tras-tras’ y un cate en el culo, no con ‘ir a pensar’ (¿Qué piensan los niños de dos años?).

   Quiero seguir manejando el móvil y el ordenador mejor que ellos.

   No quiero un Messi en potencia; quiero que se diviertan dándole patadas a una lata de Coca Cola.

Quiero... que sean niños.

2 comentarios:

  1. Me encanta!! Como decía una seño de la guarde, un niño que no esté churreteao, no es un niño.

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