viernes, 14 de junio de 2013

Cuando las abuelas regalaban peleles



Ayer acudí al centro de salud para vacunar a mi hijo pequeño. Mientras aguardaba en la sala de espera con otras madres, una abuela que mecía a su nieta en brazos me comentó: “Venimos a ponerle a mi nieta la prevenar. Se la he regalado yo”.

La expresión me causó sonrojo: “la vacuna se la he regalado yo”.

Para los profanos en vacunas infantiles, debo aclarar que existen dos tipos de vacunas: las que incluye el calendario oficial de la Consejería de Salud –que son cien por cien gratuitas- y otras optativas cuya administración se deja al arbitrio -y al bolsillo- de los padres. Ésta en concreto, a razón de 76 euros la dosis, y son cuatro en total.

La señora, sin necesidad de que yo le preguntara, me explicó que su hija se había quedado parada, que su yerno cobraba la ayuda de los 400 euros y que la que tenía en sus brazos era la tercera vástago de la familia. “Así que la vacuna se la regalo yo”, apostilló.

Es en situaciones como ésta en las que verdaderamente se cae en la cuenta de cómo hemos cambiado. Son historia los regalos caros de vigila-bebés con cámara de vídeo incorporada o el termómetro ultrarrápido digital. Yo misma, a mis amigas que han sido madres recientemente, las he obsequiado con productos de higiene de farmacia o cajas de pañales.

A fin de cuentas, un niño solo necesita estar comido, limpio, vestido, cuidado y querido. Y sano.

Pero es inevitable que sigamos acordándonos de aquellos tiempos en los que las abuelas regalaban peleles a sus nietos.


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